Hay una cualidad inquietante en la obra de Elsa, una especie de emulsión digital distópica, pronunciada a través de ángulos distantes, el zumbido del neón en ningún lugar y lo que queda después de la exposición prolongada.

Las cosas imposibles que se conocen a través de las complejidades de la experiencia humana. Realidades misteriosas conjugadas contra el deslumbramiento fluorescente del mundo tal como pretende ser. Elsa entreteje esta escurridiza imaginería en su estética cinematográfica, difumina las divisiones entre los diferentes mundos y evoca la imaginación de su espectador. Más de lo que se puede imaginar a través del estricto aliento de vidrio y una nube de cortinas.

 

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