“Abráceme, profe” reza uno de los pasajes del poema que Nicole Rojas, mujer, poeta, artista y profesora de lenguaje del Instituto Superior de Comercio de Coquimbo acababa de escribir, después de una reunión, antes de hablar. Eran las 10 de la noche y yo estaba agotada, pero la conversación inspiradora y profunda con una mujer con un lúcido mundo en tránsito, me reconfortaba y hacía llorar. 

Hace años y recién egresada como profesora de Lenguaje, Nicole inició su trabajo profesional en un colegio particular de la ciudad de La Serena, donde conoció el horror que se genera cuando el derecho civil de los niños, el de educarse, se ha entregado a la lógica brutal del mercado: los que pagaban no podían obtener notas menores a un 5 y los niños becados, los Pedro Machuca, recibían la discriminación viva como consecuencia de su condición. No, no le dio el corazón y fue a una escuela municipal pensando en reencontrarse en los más desposeídos.

Nuevamente la decepción. Los niños vivían realidades sociales atroces, sin ninguna herramienta de contención ni protección social. Era la más joven en la sala de profesores de colegas ya rendidos ante la realidad. A veces, a las 8 am llegaban a detener a algún alumno que había participado en la muerte de alguien más. Sola y desilusionada, pensó que simplemente se había equivocado de profesión. Se fue a garzonear. En una época donde sentía el vacío de haber ido a la universidad para nada.

Una nueva oportunidad podría reverdecer su vocación, entonces, luego de un tiempo y creyendo que el problema era la región, se fue a Santiago, reclutada en otro colegio público. La violencia, el horror y abandono de los niños de la capital hacía parecer lo visto antes como una taza de leche. Le sorprendió darse cuenta que había una diferencia radical, lo que la paralizó. Los niños “de regiones” cuentan con la escuela como la segunda casa, en la que los profesores, hastiados de tanta nada que constituye la educación chilena, replican el modelo paternal nacional: criar sin hijos, educar sin estudiantes. Son una especie de padres que “no pescan”, que dejan que los días pasen, sólo asegurando, a veces, que los niños no se maten. Pero en Santiago notó que los niños realmente valoraban un abrazo. Porque, en la gran ciudad, los profesores no son el reemplazo de la paternidad, no son cuidadores y francamente en muchas situaciones el estar cuatro horas en una micro o en un Metro asfixiante te mata cualquier afecto a los niños. Se aferró a ese abrazo, pero un tiempo breve, luego del que decidió irse de Chile. La situación acá no daba para más.

Cruzar la cordillera y llegar a Argentina no fue realmente mejor. Empezó a recorrer, a hacer cosas. No podía ejercer como profesora, pero no tenía problemas en aventurarse con actividades que le permitieran estar bien. Pero así como su salto desde La Serena a Santiago había sido caer al vacío, ver tráfico humano, mafias organizadas para el maltrato de los más pobres, fue la caída para entrar en una dimensión que no se podía creer. Sabía entonces que debía hacer algo. Algo como lo que encontró en el Instituto Superior de Comercio.

Una escuela a la antigua

La llamaron. El director le dijo que había mucho por hacer y que en su interés no estaba en rotar profesores, sino formar un equipo. Por otro lado entendió que era una escuela a la antigua: al entregar competencias específicas a sus estudiantes, levantaba el interés transversal: niños de colegios municipales, particulares subvencionados y provenientes de las zonas rurales. Entonces, confió y regresó.

Nicole es sensible y coloca una energía especial femenina en cuanto habla. Eso lo pone en la comprensión de su alrededor. Cuando llegó al colegio entendió que ese niño hizo un tránsito difícil hacia la adolescencia y que, en su mayoría, es exigido como un adulto, pero en cuerpo de joven. Sabe que hay hambre, que hay soledad, incomprensión y deseo de salir de ahí. Empezó a tomar de cada corazón latiente de sus estudiantes la semilla de la lírica de la vida real. Con la sabiduría y lucidez de la época en que no eres más que un niño, pero tampoco eres un adulto y muchas ilusiones nacen, pero en Chile, más mueren.

Foto: Colección Biblioteca Nacional de Chile.

La vida pasaba y nunca entendió muy bien por qué era profesora. Por qué todas sus primas también lo eran. Hasta que hace un año y, luego del alzheimer, su abuela falleció. En su despedida, con la familia reunida, sus pensamientos se consumían en esa coincidencia de profesión. Empezó a sentir cosas que cobraron sentido cuando uno de sus tíos le contó que la abuela había escapado de su casa y la pobreza para allegarse donde una familia rica, con el fin de cumplir su sueño: ser profesora. Pero nunca lo consiguió. Entonces, para salir de esa vida se rescató a sí misma, casándose. Y también escribiendo rimas, versos y poemas que recitaba en las calles de la ciudad.

Sus últimos recuerdos, de hecho, fueron de sus rimas y, antes de morir, pudieron registrar su voz, la voz de la matriarca, haciendo palabra, significado y sonido la lírica que había hecho de su vida un semillero de docentes y poesía. La poesía de los nuevos tiempos.

Las palabras y la vida comienzan a fluir

Nicole se desbloqueó. Las palabras empezaron a construir frases y las frases sentimientos, historias y la expresión de cambio que entendió que podía describir lo que le estaba pasando a los jóvenes con los que trabaja 5 días de la semana, pero que viven en ella 7. Junto a una amiga músico comenzó las sesiones de escritura y claro: se dio cuenta que la poesía de jóvenes está atrasada, a lo menos, un siglo. Poesía llena de frases románticas y con un lenguaje lejano, cuidado estéticamente, pero lleno de cosas feas. Por otro lado, minimizando, al igual que el sistema, a nuestra savia nueva. Los jóvenes ya no tienen como problemática de vida su primer amor. Los problemas de los jóvenes se han endurecido y amargado conforme la sociedad los ha ido acorralando. Sus familias los han ido acorralando. Y esos dolores están en una lírica completamente moderna. Ya no necesariamente es un verso, es una pelea de gallos, un grafiti, el escape en la sobredosis. El dolor está en otros discursos y en otros espacios. Y esos son los que ella quiere abrir. Y hacer vida en su poesía. En la calle, como su abuela, Francisca del Tránsito, profesora de la vida.

SIN tarea 

Usted no sabe profe los problemas que yo tengo

No pude cumplir, no hice el trabajo y la tarea ni la entiendo

Es que usted no sabe profe las penas que yo tengo

con las pocas ganas que me levanto y al colegio vengo

Usted me mira con enojo, pero profe no soy malo, 

en el fondo soy un niño tierno

a veces me desespero, insulto y de rabia me pierdo

desde ayer que tengo hambre, y por las tripas no puedo estar atento

Es que usted no sabe todo lo que yo vengo viviendo

No me gusta llegar a la casa, no me gusta, es casi un infierno

No llore profe no es su culpa, 

Usted no sabe que detrás del uniforme hay personas sufriendo

Y se que no es excusa profe, si quiere, déjeme repitiendo

Prefiero un año más en el colegio con pan, leche y almuerzo

Que tener que irme a la casa sin esperanzas y sin aliento

Gracias por su abrazo profe, no era eso lo que venía pretendiendo

Pero como ayuda saber que tras su traje, hay un ser humano sintiendo

Mi pena como suya y mañana quiero venir con mi cuaderno

ya sé que me conoce profe y está aquí, cuando pudo salir corriendo.  

Gracias por llorar conmigo y perdonar mi insolencia, 

aún después de mis gritos y patadas 

usted me sigue queriendo. 

Nicole es Francisca del Tránsito, poetisa. Y estará publicando con nosotros. Bienvenida a Southa. Tráelos a todos, a todos esos jóvenes, aquí. 

Ilustración portada por Verónica Ferrari Jara, Profesora de Artes y Camila Valdivia Cepeda, Diseñadora.