¿Habrá algo más cruel y miserable que jugar con la ilusión de una persona desde sus necesidades y anhelos? ¿Podrá ser peor cuando esa necesidad es el empleo?

En un mundo en peligro medio ambiental, Donald Trump ha firmado el dictamen que deja sin efecto las medidas legales que ponían atajo a la contaminante industria del carbón en EEUU. Esto lo hace, además, levantando las restricciones que acusó ser “regulaciones que matan empleos”. La idea es cumplir con su promesa de campaña en la que juró hacer nuevamente grande a EEUU a través de, entre otros, la generación de puestos de trabajo. Y, como aseguró además, “devolviendo el poder a las manos de los americanos”.

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Contextualicemos: EEUU es un país desarrollado bajo cualquiera de los criterios que analizan dicho calificativo. Pero esto no significa que incluso, observando cifras de pleno empleo, no tenga muchas, muchísimas personas buscando trabajo sin poder hallarlo. Que sea un país desarrollado no implica que los ciudadanos observen igual calidad de vida que por ejemplo, quienes viven en Dinamarca o Suiza. En Estados Unidos hay millones de personas sin empleo y ellos salieron a votar por Donald Trump.

Desde que comencé hace 11 años a interesarme en los mercados financieros internacionales, mi primera gran lección fue: EEUU es el país más importante respecto a eventos socioeconómicos y financieros. Incluso está el dicho que indica “Cuando EEUU estornuda, América Latina se resfría”. La razón de esto es simple: su poder político. Ellos tienen las armas, los líderes y el mercado financiero más grande y relevante del mundo.

La guerra se termina con paz

En la era en que se busca elevar los estados de consciencia en temas medioambientales, la decisión de eliminar cualquier medida que reduzca emisiones de CO2 es una locura. Sin embargo, Donald Trump lo hizo e inesperadamente no ratificó la retirada de EEUU del tratado de París. Es sabido que su equipo de asesores está dividido respecto al tema, así como las presiones de la segunda petrolera más grande del mundo Exxon Mobil y así como también la anglo holandesa Shell para que no lo haga. Importantes cotizantes en la bolsa de valores, por supuesto.

Al margen de sus decisiones, lo dramático es que las medidas de Trump están lejos de tener efectos positivos en la generación de empleos en el sector. Efectivamente, esto no sólo es un triste circo político y una despiadada medida en contra del bienestar mundial, sino que es un acto de crueldad en contra de quienes tanto ansían ese trabajo desde las primeras promesas del ahora presidente. La evidencia indica que el sector no sólo no creará más y mejores puestos de trabajo, sino que los perderá sistemáticamente, aumentará la contaminación por emisiones de metano y, además, perderá recursos fiscales por la mantención injustificada e ineficiente de subsidios a la explotación del carbón en terrenos fiscales. Pero aún así la votación de las cuencas mineras de Ohio, Pennsylvania, Virginia occidental y Kentucky fueron definitorios en las elecciones de noviembre. Los mineros votaron ilusionados y desinformados.

El enemigo dominante: la tecnología

En términos técnicos, la producción total de cualquier sector industrial depende de dos factores principales: la mano de obra y la tecnología. La tecnología es entendida como el know how, el cómo hacemos las cosas, no como material tecnológico sino como la manera que la industria conoce y tiene de hacer las cosas. En el corto plazo, uno de ellos es constante, a saber, la mano de obra. A largo plazo todos pueden cambiar. Las mejoras tecnológicas implican mejoras en la estructura de costos y reestructuración del factor mano de obra. Mejoras en la tecnología hacen al sector más competitivo. Y puede prescindir de trabajadores.

Y para los mineros no existe mayor enemigo hoy que estas mejoras tecnológicas, la guerra del carbón tiene un principal vencedor: el Fracking. Esta es una técnica de fracturación hidráulica que ha pulverizado la competitividad del carbón en todo EEUU. La mano de obra, por tanto, al reactivarse esta industria, es la primera en salir del juego porque ya no es necesaria. Las únicas minas que hoy sobreviven a esta realidad son las del Oeste, en cuencas como Powder, Montana y Wyoming, donde el carbón es tan accesible que se extrae por medios completamente mecánicos y se carga en trenes de más de 1.000 vagones que los transportan al Pacífico con destino China. Pero ahí se encuentran con otra situación: ciudades como Seattle han prohibido ya el embarque de carbón debido al impacto ambiental que este combustible tiene. Luego, China, el principal comprador está implementando medidas que están en la vanguardia proteccionista del ambiente y ha decidido reducir su consumo. Esto se suma a que Trump ha roto la cooperación comercial bilateral con el gigante asiático, el cual había sido uno de los principales logros diplomáticos de la administración anterior.

Por lo tanto, la ilusión de la creación de empleos está golpeada por ambos lados: la tecnología y la reducción de demanda del carbón. Ambos efectos aumentan el desempleo en el sector minero.

Según cifras oficiales, sólo el 2017, la industria de generación eléctrica de EEUU ha expulsado a la atmósfera 2.415 millones de toneladas métricas de CO2.

Despilfarro de recursos

Finalmente, otros dos factores que pretenden, en el discurso, terminar con la guerra en contra del carbón es la eliminación del costo social de las emisiones de gases que producen el efecto invernadero. Este es, finalmente, un impuesto que pretendía reducir la producción y por ende las emisiones. Sin embargo, al ser retirado no sólo aumenta la producción de carbón, sino que como analizamos, fomenta la entrada del fracking, el cual tiene como una de sus principales consecuencias el aumento de la emisión de metano, el cual tiene aún peores efectos que el dióxido de carbono.

El segundo es el hecho de que más del 70% de los proyectos de extracción de carbón se emplazan en terrenos públicos, los cuales han sido ofrecidos con garantías estatales o subsidios a las empresas extractoras. Esto genera de manera artificial el aumento de la extracción en condiciones que siguen dañando al empleo y al medioambiente, todo esto financiado con recursos fiscales.

Los números no encajan, el discurso tampoco. Desde el aumento de la explotación en esta industria los datos de empleo han caído sostenidamente desde 1980 hasta ahora. No tiene sentido, no tiene intención de mejorar nada. Sólo el montaje de un triste espectáculo que nos daña a todos los seres vivos en el planeta: Señor Trump, gracias por nada.