Si me lo hubieran contado, ni en sueños podría haber pensado en que tendría que hacer algunos cambios en mi vida.

Durante la mitad del año recién pasado pasé por una crisis de salud que casi me manda literalmente al cementerio. Esta crisis fue silenciosa, ya que estaba completamente convencido que ni Superman tendría la fuerza que yo para hacer todo lo que estaba haciendo en el trabajo, el hogar y tantos otros proyectos personales. Porque, para ser sincero, una pandemia no me iba a quitar lo que en estricto rigor era mío.

Sentir que tienes el poder, la fuerza y el autocontrol para hacer todo al final del camino, era la peor de las compañías para un ganador, obsesivo y orgulloso como yo. Es en ese justo momento en el que la vida siempre te da una lección que te hará aterrizar de un porrazo y es lamentablemente lo que me ocurrió a mí.

Esta crisis, además de generar dificultades físicas y fisiológicas en mi organismo, también tenía adosados una serie de problemas emocionales, porque, ¿a qué orgulloso le gusta reconocer cuando se equivoca? Yo no soy la excepción; ¿pedir ayuda para recoger las cosas del suelo? ¿caminar como un sujeto de 80 años? Un verdadero golpe al ego.

Esto provoca una compleja encrucijada, puesto que hay solo dos opciones: un camino fácil o corto y uno difícil pero que requiere enfoque, asertividad y por sobre todo una actitud positiva. Yo no tenía tiempo para pensar mucho, por lo que decidí tomar el camino difícil, que incluía visitas a especialistas, exámenes, tratamientos y, lo peor de todo, reconocer que no estaba bien, porque en definitiva eso es lo que más me ha costado durante este proceso.

Durante la búsqueda del anhelado cambio encontré el apoyo incondicional de la familia y también de otras personas que me mostraron que sí podía hacer las cosas de mejor forma. Un muy dedicado y amable cardiólogo inmigrante y una profesional distinta a todo cuanto me ha tocado ver en mis 43 años de vida.

Hoy me referiré a una persona muy especial (un ángel) que no tiene límite para hacer presencia y que, la verdad, era en la que menos tenía confianza.

Ella se llama Camila Alarcón, de profesión nutricionista en la cuarta región. Llegué a su consulta casi de rebote, pero creo que fue la mejor decisión tomada en el último tiempo, ya que sin lugar a dudas, como se lo he dicho en innumerables oportunidades, “ella me salvó la vida”. Y no es que mi querido médico no haya hecho lo suyo, pero Camila es distinta tan solo porque siento que no me ve como paciente. No me da miedo subirme a la balanza y conversar hasta de cosas triviales durante la visita mensual. Es capaz de responder mis mensajes en días feriados o fines de semana dando siempre mucho más del servicio contratado. 

Cuando tocas fondo, como ocurrió en mi caso, necesitas rodearte de personas que sean un aporte y que estén dispuestas a dar mucho más de lo que esperas y eso me pasó con esta joven pero experimentada profesional. 

Hoy, humildemente puedo asegurar que para hacer cambios profundos necesitas del soporte adecuado, ya que eso te permitirá tomar decisiones seguras que produzcan los cambios esperados. 

La vida es un regalo maravilloso, así que hay que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para disfrutarla de manera ordenada, sana y con la nutrición adecuada.