“Yo quiero escribir algo que sea algo, no quiero escribir nada que sea nada”, dijo José Donoso en una entrevista a la revista Paula en los años 90, en Santiago de Chile. Leí esa frase sentada en la Biblioteca del Liceo Marta Donoso Espejo de Talca, tenía unos 13 ó 14 años, quizá. Me interesaba la literatura y leer libros era, desde hacía varios años, la actividad que me permitía embellecer mis días como adolescente. Hace muy poco, pasados los 40 años, supe que soy una mujer neurodivergente. Tengo autismo y eso me ha ayudado a ver el mundo desde una óptica particular y muy solitaria. Entender que mi cerebro y mi cuerpo funcionan de manera diferente me ha permitido descansar. Tener el alma más en calma.

La declaración de principios de José Donoso, así como mi recorrido por la vida, me ha permitido saber que un artista quiere provocar, es la sangre que corre por sus venas, le da vida y hace latir un corazón que necesita expresarse. Un artista quiere respirar, vibrar, vivir y comunicar algo que sea algo, nada que sea nada. Mi formación y ejercicio de profesión como mujer de negocios me ha hecho ver que las empresas, al existir para ganar dinero, no observan esta regla, ni de lejos. Estamos llenos de cosas que no son, literalmente nada. Objetos, cosas, vivencias vacías que cobran vida como un ente sin sentido listo para satisfacer deseos implantados por un excelente (o a veces no tanto) esfuerzo publicitario.

No es raro entonces, que el modelo de negocios sea masivamente dominado por estrategias comerciales agresivas que llenan espacios vacíos en la vida de personas sin muchos referentes estéticos. Vemos cómo la industria musical, hace más de una década, prepara rostros de moda para colocarlos en todas las vitrinas publicitarias, llenarlos de premios y verlos desaparecer con la misma rapidez con la que llegaron. Fiona Apple, Lana del Rey, Miley Cyrus, etcétera. Por otro lado, seres a quienes devoran la vida. Britney Spears girando y girando sobre su propio eje, con muecas patéticas parecidas a un ataque exhibicionista, un intento desesperado por retener la atención de quienes un día les coronaron como reyes, reinas y príncipes, tienen mucho más que ver en microsegundos de infinitos videos de espectáculos tan patéticos como ese. La competencia de la basura es una guerra desatada.

Traperos sin voz, de aspecto famélico y decadente, siempre pareciendo drogados, rimando los vocablos pertenecientes a su paupérrimo medio de comunicación: gruñir. Mostrando que han vivido una vida sin el desarrollo de un vocabulario básico de un niño de 6 años, o que derechamente viven su vida con un daño cerebral estructural que horroriza: porque parece que en cualquier momento caerán desplomados.

En este contexto, pasando los días de la pandemia encerrada en mi casa, las voces de personas desconocidas empezaron a llenar mis espacios. Todos, de alguna forma, buscamos cómo llenar la soledad covid. Algunos podcast sin sentido, música desechable. Hasta que un día, en la premiación de los Grammys del 2021, en abril, pasó algo que era algo. 7 chicos a los que me era imposible identificar, estaban haciendo una presentación espectacular, en la que, vestidos de colores vívidos, encendieron algo en mí. Era mi primer encuentro formal con BTS y fue amor a primera vista. 

Como una nueva seguidora, tengo mucho material inédito que revisar aún. Empecé a buscar todo sobre ellos. Había llegado a verles actuar por las publicaciones de una chica que seguía en instagram, Pía. Pero eso no había sido suficiente hasta que los vi. No sabía nada. No tenía idea que incluso habían estado en Chile 2 veces. Me demoré dos semanas en saber quiénes eran quién, sus nombres artísticos y al menos un mes y medio más en saber sus nombres coreanos. Casi un año en cantar el fanchant.

Rápidamente conocí sus personalidades y cada letra traducida, cada práctica de fonética coreana y cada video de contexto me hicieron introducirme en su cultura natal. Liry Onni se volvió mi nuevo referente del pop, empecé a ver doramas y empecé a regocijarme en la calidad artística de otros grupos de lo que yo conocía como observadora, por la pasión de mi hija, que sigue esta industria desde los 6 años (gracias a la influencia de mi hermano mayor, Guillermo): el K-Pop.

5 meses después confieso que mi inocencia y quizá, como resultado de la pobreza de la industria musical pop occidental que me había desnutrido, yo creía que la presentación en la ONU con Permission to Dance era realmente una improvisación. Que ellos se habían puesto de acuerdo ahí para salir a bailar al frontis del edificio en NY. No, nada de ellos es al azar.

Cuando me enamoré de la canción Spring Day pude enterarme de la muerte de decenas de adolescentes en el accidente del ferry en Corea, el Naufragio de Sewol. Conecté con la delicada y exquisita forma artística de manifestar ese dolor de la pérdida, la despedida, la persistencia de la memoria en algo que hasta ese entonces para mí era sólo un dato: un video musical. Un acto popular puesto a disposición de las masas, con una forma, excelencia y profundidad suficiente como para hacerme pensar como mamá, qué habría pasado conmigo si veo a mi hijo intentando romper las ventanas de un barco para huir de la muerte.


Algo que sea algo, nada que sea nada. BTS empezó a llenar mi vida. No como un arranque frívolo, ni una necesidad adolescente insatisfecha de ver ídolos populares. Realmente, sólo la comparación con las bandas de chicos de mi época es vergonzosa. Hoy quienes eran parte de New Kids on The Block son irreconocibles, es como ver al señor que maneja el camión que me trae el gas. Y en su época era algo completamente diferente.

BTS es un grupo artístico de élite. Es lo más parecido a la escena musical que alimentó mi vida desde niña: la ópera y el ballet. Donde hay disciplina, belleza, manifiestos. Vestuario, maquillaje, peinados. Belleza, trascendencia. Pero esto ha entrado en pausa desde ayer y por razones que a mí, como su seguidora y miembro del fandom más grande del mundo, ARMY, no puedo dejar de analizar y denunciar: el abuso, el desgaste. Como dijo Namjoon, el líder de la banda: la industria no los deja crecer. Son año tras año generación de contenidos. Necesitan encontrarse y reconocer quienes son ellos, 10 años después de su inicio, cuando siendo niños fueron arrancados de sus hogares para vivir en condiciones a lo menos cuestionables: niños trabajadores.

No es normal que sus emociones estén tan a tope, que sientan vergüenza o culpa al querer descansar, que rompan el llanto. También exigen más de ARMY, por ejemplo, al expresar su dolor y tristeza de saber que una de sus canciones más hermosas nacida en pandemia, Life Goes On fue poco atendida por, lo que ellos sienten, no tener una coreografía. Ellos podrían seguir ajustándose al modelo norteamericano de vender lo que sea y seguir haciéndose aún más inmensamente ricos: pero quieren ser y trascender. Los admiro más por eso. 

Creo que la fusión empresarial de Big Hit, la pequeña start up surcoreana con el gigante HYBE intentó de alguna forma sacar al artista de su zona de crecimiento e interés al mercado industrial comercial. Y ellos lo dijeron en su último lanzamiento, Yet to Come: no quieren ser el número 1, no quieren trofeos, coronas ni premios, quieren ser artistas porque aman la música. Espero que el llanto de estas mega estrellas y su poderosa declaración de principios muevan una industria donde exponen a niños a la lectura de comentarios de odio en internet, donde los trastornos alimentarios son tan normalizados que hablan todo el tiempo de hacer dietas de una manzana al día o donde se les premia con comida. No puede ser que las mujeres deban exigirse tallas anormales, donde trabajen en jornadas de más de 16 horas y luchen por irse a su casa a las 6 de la tarde. Ha habido suicidios de jóvenes intentando soportar la presión que colocan sobre ellos. Eso es una práctica inaceptable que entrega al mundo un mensaje infrahumano que si bien, da un resultado de excelencia, necesita equilibrar la promesa que Big Hit hace en cada una de sus declaraciones de principio y parece haber olvidado: música y artistas para sanar. Espero sinceramente que empiecen por ellos mismos.

El mundo es mejor gracias a BTS. Ya los extraño. Y al decir esto los extraño más. Hasta que lleguen los días de primavera, hasta que lleguen los días en los que las flores florezcan. Sean felices, BTS, hasta vernos otra vez.