Es verano y la Provincia de Colchagua se calienta junto a la Cordillera de Los Andes, la que alberga en las faldas de sus cerros al pequeño poblado de Roma. Serpenteantes caminos rurales, polvorientos y asoleados, atravesados por el rugido de tablas de skate. Son los años 90 y en su adolescencia, Cristian Rojas, uno de sus pobladores, se ha hecho la labor de empezar piruetas y trucos en su tabla, junto a un puñado de amigos.

Él y sus amigos pertenecen a la tradición campesina – y la de muchos otros jóvenes a lo largo de Chile – que obliga a estudiar y trabajar fines de semana y vacaciones, para costear uniforme, viajes, comida y ayudar en la casa. En su situación, a la abuela, la nona que había dejado su acomodada vida en Ñuñoa para terminar sus días cuidando a cuatro de sus nietos. Cristian fue más allá y gracias a una beca obtenía algunos recursos extras que le permitían tener algo de tiempo libre.

Ese tiempo libre empezó a ser destinado a la cultura urbana sobre la tabla. Una tabla que lo vería terminar la enseñanza media, el inicio de su trabajo como cajero bancario, que le ofrecía la tan ansiada estabilidad. Pero sus sueños distaban de vivir una vida entre el trabajo de temporada y la casa o entre el banco y su casa.

Así es como dos intentos fallidos de entrar a la universidad (altos puntajes, poco dinero) lo llevó junto a su novia Paz Guzmán, a emprender viaje a Puerto Montt. Sin mucho en el bolsillo, con un par de días de pan con mortadela del supermercado iniciaron vida para establecerse nuevamente.

En Puerto Montt se acercó a la cultura Selk’nam que lo fascinó. Y es cuando supo que debía usar su pasión por las tablas para generar una voz de quienes no quieren ser olvidados: su historia, su lengua, sus íconos. La tradición del sur, de aquellos que caminaban por el frío junto al mar.

Una tercera y última rendición de la PSU para quedar en la universidad y el nacimiento de su hija Emilia eran claramente un nuevo comienzo. Pero el perfil emprendedor de Cristian y el apoyo de su mujer lo llevaron a una meta aún más ambiciosa y lejana a su zona de confort: viajar un año a Nueva Zelanda para aprender inglés y empaparse con la cultura emprendedora de la isla y la gente que le daría empleo, una empresa familiar lechera.

Lo que no pensó profundizar en Nueva Zelanda fue la consciencia en relación a los pueblos originarios y su integración completa en la sociedad. Claramente los maoríes tienen un rol en la sociedad infinitamente lejano a lo que Cristian había visto en Chile con los Selk’nam.

De regreso a Chile era otra persona. De esa manera aceleró sus ideas y concretó formalmente la venta de tablas de skate a través de su marca propia denominada TESH-SB con una línea de accesorios y una idea clara: no sólo dar la alternativa de compra a los numerosos amantes del nuevo deporte olímpico que viven en regiones y hoy sólo cuentan con distribuidores en Santiago, sino que usar esto como una voz clara al patrimonio nacional que no debe morir, la voz de los que hoy hablan desde el polvo.