Hernán Pinto Veas le daba un beso a sus 8 hijos antes de salir de su casa. Su traje café  impecable, camisa y corbata para salir, con cotona blanca en el brazo, saliendo con el maletín lleno de documentos rumbo a la Escuela 13 Mirador de Coquimbo. Era profesor normalista y nunca imaginó que su inmenso legado no sería sólo en la vida de sus decenas de alumnos a lo largo de su dedicada vida profesional, sino que estaba sembrando la semilla en el inmenso corazón de su hija, quién no sólo se quedaba mirándolo desde su cama mientras lo veía alejarse, sino que guardaría lo que germinaba como una explosión de colores y belleza en la altura de la Pampilla de Coquimbo. Esta es una historia de amor, de dedicación y, muy meritoria y objetivamente, de éxito. El éxito rotundo de llevar a un grupo de niños de uno de los sectores menos beneficiados de la región de Coquimbo y, posiblemente de Chile, a la excelencia académica.

Gerarda Pinto posa en un día soleado junto a las añañucas rojas que honran el terreno donde estaba, hace años, la escuelita donde su papá enseñaba como profesor normalista. Quiso ir a modo de homenaje, luego de recibir la llamada que anunciaba que su curso había obtenido 300 puntos promedios en el SIMCE recién pasado (de un máximo de 350 y una media nacional de 250), por sus alumnos de 4° básico de la escuela Juan Pablo II de Coquimbo. Quizá al leerlo sin un contexto este sea un dato más de una escuela que tiene, supuestamente, la obligación de dar la mejor educación posible a sus educandos, sin embargo, es un mérito realmente extraordinario. Porque la evidencia indica que en Chile la calidad de la educación depende en un alta proporción del nivel de vida de los estudiantes y a cuánto dinero se invierte en ellos mes a mes. 

La Escuela Juan Pablo II de Coquimbo fue inaugurada el año 2005 por el presidente Ricardo Lagos Escobar personalmente, junto al alcalde Pedro Velásquez, quién en la ocasión prometió a los asistentes que ese proyecto cambiaría la vida de las personas del sector. La verdad es que en ese momento eran palabras que podían tomarse con una justa suspicacia, dado que estaban cortando la cinta en un edificio en el corazón de la Parte Alta de Coquimbo, lugar que se ha estigmatizado como el sector donde viven personas que viven situaciones de extremo riesgo social. Narcotráfico, prostitución y un foco principal de conflictos en la dinámica familia-escuela. Se vivía el preocupante fenómeno nacional en que la escuela es la guardería de los hijos de padres que están todo el día en su casa y sólo se acercan a ella para pelear porque se reportó en casa un conflicto grave. Pero junto a esa marca de peligrosidad, marginalidad y pobreza, hay un patrón que había que potenciar: el esfuerzo, el sacrificio, el saber hacer mucho con poco.

Y hubo alguien dispuesto a ver el final desde el principio: Margarita General Torrejón asumía como directora y sabía que poner todo el corazón e iniciar una transformación basada en la relación estrecha entre padres y escuela debía ser la clave, además del apoyo de sus profesionales clave: convivencia escolar y la jefatura técnica. Eso le permitiría lograr la visión personal puesta en su trabajo, el alcanzar que los niños, además de buenos estudiantes fueran buenas personas, sin importar en el área que harían su vida adulta. Que fuera la persona a la que puedes dejarle la llave de tu casa con plena confianza.

Entonces comenzaron con un programa de acercamiento en paralelo a la contención de cada familia en momentos de crisis. El equipo interno era vital también. Comenzaron a organizarse para recoger basura, poner plantas y árboles. Convocarlos con mayor regularidad y hacerles conscientes de que la escuela era también de ellos. Después de 10 años han visto los resultados: en la escuela no roban, no hay desmanes. Enero y febrero se cierra por vacaciones sin un guardia que la cuide. La Escuela la cuida su vínculo con los apoderados. 

Otro punto importante fue la sabiduría de la Directora en otorgar libertades individuales: si el apoderado decidía hacer algo de su vida que pusiera en riesgo los derechos, integridad y futuro de un niño, lo abordaba abierta y sinceramente con él. Que comprendiera que era su forma de vida y no necesariamente la de su hijo. Entonces, el pacto de respeto y la cultura de la tolerancia iba de ambos lados, con el fin común de respetar y proteger al niño.

Pero nada de esto se puede lograr en soledad. Entonces, para formar un equipo colaborativo dispuesto a entregar amor y, además, verse.

“Ser capaces de recibir aplausos y críticas, a verse, conocer las fortalezas, debilidades, ver las amenazas y oportunidades con sinceridad y valentía. No engañarse, ver cada error como un desafío”, reflexiona la Directora Margarita General. Construir desde la realidad y mantener la mente en lo que confía puede dar cada niño: lo mejor.

Y entonces, Gerarda otra vez.

En ese tránsito, el director de otra de las escuelas de la hermosa ciudad puerto notificaba a una de sus trabajadoras administrativas de hacía 15 años: «Gerarda, usted va a estudiar pedagogía y, aunque deje de comer, va a pagar su universidad.» Estaba matriculada en la Universidad de Playa Ancha y con la semilla que don Hernán Pinto, su padre, había puesto en su corazón con el ejemplo. Así asumió la titánica tarea de estudiar y trabajar, donde pudo obtener las herramientas de una de sus teorías: las operaciones matemáticas básicas y la lectura de calidad debían ser la base para que los niños pudiesen obtener resultados académicos. Eso, como la disciplina de entregar todo el currículum. El año 2005, asumiendo recientemente su rol como docente, Gerarda obtenía 307 puntos en el SIMCE de matemáticas, ubicando a sus niños en el segundo puesto nacional. Ella cuenta: “cuando empecé a enseñar, yo sabía que sin importar la condición de vida de sus niños, las dificultades, el capital cultural y social comprometido, la educación sería un motor para su desarrollo, yo podía entregar todo el curriculum. En el SIMCE se sabe o no se sabe. Y mis niños podían saber.”

Entonces, acostumbró tomar primeros básicos hasta cuarto básico con el fin de prepararlos para su evaluación nacional. Cada año y por iniciativa propia se comenzaba a acercar a los niveles de kinder y le pedía “prestados” esporádicamente a los niños a la profesional a cargo. El segundo semestre visitaba más regularmente a los niños, hasta que la gran mayoría terminaba el año sabiendo leer. Iniciando la enseñanza básica, los niños ya la querían y ella de vuelta. Todo esto hacía el trabajo en el aula más fácil, porque ese compromiso emocional le permitía dedicar a cada uno la atención y dedicación especial para cumplir con todo lo requerido técnicamente. 

“Me falta mucho, todos los días aprendo”

Gerarda se caracteriza por ser la primera en llegar y la última en irse. No como una obligación, sino como parte de su plan vital. 

“Hace 6 años he gozado mi vocación con más valor”. Y claro, hace 6 años fue diagnosticada con un cáncer a la piel manifestado primeramente en su cara. Luego avanzó a un cáncer neuroendocrino y mamas. Fue extirpada parte de su hígado y hoy es paciente de la Unidad de Cuidados Intensivos pero nunca ha ido. De hecho, su amor por los niños la hacía viajar a medianoche, desde Coquimbo a Santiago, a recibir su tratamiento de quimioterapia para estar de vuelta a las 7 de la tarde en la escuela. Está desahuciada. Se pregunta dónde estará. Pero nada le hace bajar los brazos. Sus niños la mantienen viva.

Hace unos días una ex alumna le dijo que quiere que ella le entregue su título como ingeniero comercial. Gerarda se preguntaba nuevamente dónde estará. Pero su respuesta es que no importa dónde, porque como sea sabe que esa niña será profesional y que su vida desde la Parte Alta de Coquimbo tendrá, como su ubicación les recuerda cada día, la vista más hermosa de todas. Un inmenso mar, montañas inmensas y un sol que le dé la mejor vida.

Hoy, en medio de la pandemia, el colegio Juan Pablo II de Coquimbo ha implementado un sistema remoto de estudio en el que los niños y sus familias reciben todo el apoyo que el equipo puede brindarles en sus casas. Hogares con sólo un 10% de conectividad, una escuela con una infraestructura deteriorada y con recortes en el aporte de alimentación JUNAEB que es suplido por el aporte de sus propios profesores. Han ajustado el currículum a la realidad de cada uno y no han bajado los brazos, sino que los han sostenido unos a otros, como una anhelada comunidad educativa que debería ser la norma nacional, pero que desgraciadamente es la excepción a la regla.

Una regla que se mantendrá. Una comunidad fuerte para proteger a los niños y adelantarlos a una vida mejor, como buenas personas que hagan de su entorno un lugar mejor. La Directora está en tiempo de jubilar. Pensando en el futuro, ambas responden lo mismo como herencia para el futuro de la escuela y de sus niños: la base y el motor de todo es el amor. Y cómo no amarlos.