Cuando hablamos de terremotos y resistencia estructural en el mundo, Chile tiene más que méritos para ser considerado un referente. Sabemos que sólo en el siglo XX, el 45.5% de toda la energía sísmica del mundo se liberó en este país. De hecho, algo frecuente en la idiosincrasia de los chilenos es tomarse todo movimiento telúrico con demasiada naturalidad: es algo así como una sensación común la de adivinar la intensidad de cada movimiento y es común quedarse a medio levantar de la silla si se presume que está entre un 5.5 a 6.5, por ejemplo. Cuando está sobre eso, los chilenos se ponen de pie y abren la puerta de su casa o se quedan a la salida del restaurante donde de muy mala gana tuvieron que interrumpir su cena. Hay experiencia de sobra, es cierto.

Por eso nunca está de más preguntarnos, en comparación a lo ocurrido en lugares como México y los devastadores efectos del terremoto magnitud 7.1, ocurrido hace unos meses. Muchos edificios se desmoronaron como si fuesen de azúcar. Los escombros aún no entregan a quienes muchas familias extrañan y la pregunta que debe hacerse es: ¿por qué tantas estructuras colapsaron?

En términos comparativos, podríamos preguntarnos qué pasa que en Chile un movimiento sísmico de la misma magnitud del mexicano no se transforme en una tragedia como aquella. No sólo es cultura antisísmica, tiene que ver con el conocimiento y tecnologías que se han desarrollado de manera impecable y comprobada, como en ningún otro lugar del orbe. Si hasta hace un tiempo Chile podía ser reconocido sólo como un referente astronómico por sus cielos extraordinariamente limpios para la observación, hoy somos un referente mundial como laboratorio sísmico y un líder mundial en términos geofísicos.

Y en esto debemos dar muchas gracias a quien ha liderado ese desarrollo: Juan Carlos de la Llera.

“¡Ese es Juan Carlos, un buen hombre!”

Juan Carlos de la Llera es descendiente de asturianos, con una historia familiar fuertemente marcada por la guerra civil española. Tanto así que la familia de su padre estuvo a punto de ser fusilada contra el muro de su propia casa, luego de ser acusados porque el abuelo tenía un molino de trigo gracias al cual daba sustento a su familia. Contra la pared y en medio de la noche, siendo apuntados y presos del miedo, una voz les salvó la vida. Un miembro de la turba gritaba (indicando a su abuelo) “¡no los maten, ese es Luciano, es un buen hombre!” Años después, esa herencia de bondad protectora se transmite en un escenario completamente diferente, pero igualmente destructivo.

La descripción profesional que publica su empresa SIRVE, de las siglas “Seismic Protection Technologies” nos entrega una perspectiva más concreta de su formación y su trabajo:

Juan Carlos de la Llera, Ingeniero Civil Pontificia Universidad Católica de Chile, M.Sc y Ph.D de la Universidad de California, Berkeley, con especialización en modelamiento y dinámica estructural, sistemas de reducción de vibraciones y riesgo sísmico. Actual Decano de la Facultad de Ingeniería PUC y socio fundador de SIRVE. Ha sido pionero en el desarrollo de sistemas para reducir vibraciones en estructuras: disipadores de energía (Torre Titanium), y aislamiento sísmico (Clínica UC San Carlos de Apoquindo, Hospital Militar, Muelle Coronel). Todas estas estructuras resistieron con éxito el terremoto de febrero de 2010. El profesor de La Llera cuenta con numerosas publicaciones en revista indexadas de alto prestigio internacional y también ha obtenido financiamiento proveniente de investigaciones Fondecyt, Fondef, CORFO y otros fondos gubernamentales, para el desarrollo de estudios y tecnologías sismorresistentes. Premio John Munro de la revista Engineering Structures y Ramón Salas Edwards del Instituto de Ingenieros de Chile. Premio Avonni 2010, otorgado por el Foro Innovación a la innovación en el área Arquitectura, Urbanismo y Construcción, por el diseño del sistema de protección sísmica de la Torre Titanium. Fue reconocido como Emprendedor del año (2011) Endeavor a nivel mundial, y con el premio de Innovación de la Universidad Adolfo Ibáñez.

Todo esto parecería poco si consideramos que en términos sencillos y desde sus propias palabras, Juan Carlos de la Llera “ha dedicado toda su vida a proteger vidas creando estructuras que resistan terremotos.” Su plan vital ha sido protegiendo vidas.

El antes y el después del 27-F

Chile ha vivido grandes eventos telúricos en los últimos siete años. Sin embargo, y contando con dos por sobre los 8 puntos de magnitud, es especial objeto de estudio aquel considerado el octavo de mayor magnitud registrado a nivel mundial: terremoto ocurrido en la madrugada del 27 de febrero del año 2010. Un terremoto de 8.8 no sólo dejó víctimas y destrucción equivalente a 30 mil millones de dólares en la economía chilena, sino que trajo excelentes noticias respecto a las nuevas tecnologías de avances en ingeniería sísmica.

Aun cuando los terremotos son diferentes, sus efectos siempre son devastadores: destrucción, vulnerabilidad, daños económicos significativos y en los peores casos, pérdida de vidas. Por ejemplo, el terremoto de Haití el año 2010, con una magnitud cercana a 7, dejó 225.000 víctimas fatales, mientras que en Chile el terremoto referido, dejó un total de 525 fallecidos. Todas muertes terribles, sin duda, pero impactos ambos sin comparación respecto al dolor y daño social.

La innovación antisísmica

El profesor de la Llera ha liderado la innovación de estructuras antisísmicas con un inmenso mérito: además de generar bienestar y protección desde su propuesta teórica, ha podido comprobar su efectividad como pocos en el mundo. En el terremoto del 27-F se pudo probar la efectividad de las 13 estructuras creadas para ello, bajo condiciones únicas y sumamente críticas. Esto vino a revolucionar la filosofía antisísmica de, hasta entonces, 50 años: todo era aferrarse al suelo y asumir que ésta tendría daños. La meta tradicional es evitar que la estructura colapse.

Su mirada visionaria y revolucionaria se basa en el aislamiento antisísmico, así como también en tecnología basada en disipadores de energía, entre ellos de fluencia de metales.

Colgando edificios desde el [Scielo]

El aislamiento antisísmico tiene como idea principal la independencia de la estructura con el suelo, a fin de evitar que el movimiento-sin importar sus características o intensidad- se transfiera al edificio y a su estructura. Este proceso se consigue “cortando” la estructura al nivel de su fundación para colocar un sistema flexible horizontalmente. Entonces, estos “zapatos del edificio” permiten que, cuando el suelo se mueva, la estructura permanezca relativamente quieta. Se sigue transmitiendo gravedad y el peso del edificio, pero horizontalmente el edificio queda aislado. Esto deja la estructura casi independiente del suelo, como colgando desde el cielo. Al momento del 27-F, las 13 estructuras que poseían esta tecnología resistieron y se mantuvieron operativas con un 100% de efectividad.

Y como si fuera poco, además se pudo probar la tecnología de disipación de energía, permitiendo que la torre más alta de Latinoamérica resistiera la misma crisis. La torre Titanium de 54 pisos no solo siguió en pie, sino que quedó completamente operativa como resultado de un buen diseño estructural y de la aplicación de sus disipadores metálicos. Esta tecnología aprovecha el movimiento relativo de los entrepisos para disipar la energía que el terremoto entrega al edificio.

Luego del terremoto del 27 de febrero del 2012 en Chile, los proyectos que incorporan la protección antisísmica en Chile sólo por SIRVE han pasado de 13 a más de 120. Porque cuando de cuidar personas se trata, nada debería ser un inconveniente. Me pregunto cuánta de esta experiencia estaremos realmente transfiriendo al resto del mundo.

Porque es natural, los terremotos suceden y ya sabemos que existe cómo protegernos.