Catalina, podría estar contigo y las niñas jugando a cualquier juego ridículo, podría estar ayudándote a hacer el almuerzo, aunque la cagaba con la cocción de las carnes. Podría estar ayudando a reparar desperfectos, aunque en vez de arreglarlos siempre los empeoraba. Podríamos estar peleando por cualquier cosa, podríamos, podríamos, el “podríamos” es lo único que tengo por seguro ahora, podríamos haber sido una gran familia, podríamos haber sido felices tú y yo Catalina, pero eso ya no se puede. Lo cierto es este departamento, en el que estoy acompañado por latas de cerveza y cajas vacías de pizza barata que no he botado a la basura. ¿Por qué será?

Mi mamá pensó que este cuadro también me haría compañía cuando me lo trajo. Ese cuadro, ese cuadro con mirada inquisidora que me mira con desprecio, me mira culpándome a mí, a mí, de mis propias desgracias. Frida y su gato, ¿por qué me siguen mirando de esa manera? Deja de hacerlo, Frida, que me desconcentras y no puedo prender la estufa. Maldita estufa que cuesta mucho que se prenda, defectuosa como yo, parece que Frida y la estufa se están confabulando en contra mía, como las cabronas están una al frente de la otra hablando entre sí, entre susurros, en ese idioma que tienen los objetos inertes. Imagino de qué hablan, no entiendo su idioma, pero sé bien de lo que hablan, del hueón que dejó a su pareja de 12 años y a sus dos hijas que, de un día para otro, no verán al papá todos los días, que al papá no lo despertarán con sus alegres gritos, que no las ayudará con las tareas. Todo aquí en silencio, se me olvidó mi propia voz. 

Te prendí maldita estufa y tú, Frida, te dije que dejaras de mirarme así, con ese desdén tan tuyo, las cosas fueron así, tenían que ser así. Ahora estoy bien, libre, “solo”, no, no lo estoy Frida, no me digas eso, yo necesitaba tiempo para mí. Con la Cata nada era como antes, mi vida con ella se volvió un triste sitcom de comedia y yo soy más que eso. La estufa con su calor me da la razón, sí, me la da, Frida, ya no está de acuerdo contigo, así que déjame tranquilo, tus collares de espina rodeando tu cuello no me harán creer otra cosa. Además, está todo bien con ella, yo no los abandoné y si la engañé, bueno, esas cosas pasan, ¿no? Deja de mirarme con ese asco por favor que no lo soporto, estufa que me temperas, dile algo. Malditos objetos inertes, ustedes no me entienden, no saben lo que de verdad siento, no saben todo lo que he pasado, no saben que he llorado a escondidas, ustedes no tienen sentimientos, no tienen otra función que en tu caso, Frida, es ser apreciada en esa mirada de desprecio y tú, estufa, no sirves nada más que para temperar el frío ambiente y también el alma de cualquier desdichado como yo. Para eso están ustedes, para acompañarme en mi patético sin sentido, en mi auténtico divagar, en mi negación oculta, en mi silencio eterno.

“Qué valiente eres, yo no hubiera podido separarme con hijos de por medio.” “Ahora tení más libertad, hueón, aprovecha, antes te tenían amarrado.” “No quiero que veas más a mis nietos.” “Eres un careraja que dejó a su familia para huevear más sin esconderte.” “Te vas a quedar solo.” Frida, deja de mirarme así por la cresta que el pecho se me aprieta, mi nariz se congestiona para evitar las lágrimas. Llorar es de maricones, decía mi viejo. Asume como hombre, hueón, ya tomaste tu decisión. La estufa que se apaga por la cresta, se acabó el gas. No, Frida, no la voy a llamar. Maldita estufa y maldita Frida que me están haciendo mierda con su habla en el idioma de objetos inertes. Nadie me habla, silencio sepulcral en este departamento, malditas lágrimas que se me arrancaron. Ustedes, objetos, son los únicos que están conmigo; estoy entre ustedes, somos como tres amigos, situación en la que uno expresa sus miserias y los otros hacen como que escuchan, díganme en su idioma inerte: ¿la llamo y le digo que la extraño? O debería seguir escuchándolos. Un cuadro que con esa cara inquisidora y triste recuerda mis errores y una estufa que ya no me tempera, porque ya nada puede hacerlo.

Bueno ya, la llamaré, ustedes lo quisieron, lágrimas dejen de salir por favor.

“¿Aló?… ¿Aló? ¿Qué pasa, por qué llamas a esta hora?”

“Cata, amor ¿quién te está llamando? Apúrate para que sigamos jugando al Uno con las niñas.

Imágenes de Karen Jerzyk y su serie The Lonely Astronaut.