El que ha pasado una calurosa y húmeda temporada en alguna selva de Centroamérica –sobre todo en época invernal en Chile- habrá notado la refrescante sensación al salir del aeropuerto. Esa sensación de aire acondicionado permanente, la vista, al avanzar por la carretera, de las montañas nevadas. Ese frío que neutraliza la sudoración pegajosa de un viaje exótico. El frío, la limpieza, la blancura de la nieve y lo imponente de hielos eternos en contraposición al calor asfixiante recién visitado. En cuestión de segundos la sensación cambia. La molestia es parte del pasado.

Tomás Moulian, en su libro Chile Actual: Anatomía de un Mito aborda lo simbólico del iceberg instalado en la feria internacional de Sevilla como un primer acercamiento para representarnos como país. Una frescura, pureza y solidez milenaria. Una visión gélida de una sociedad que buscaba acallar las experiencias pasadas como medio de limpieza de lo que fue una de las más sórdidas experiencias sociales de los últimos tiempos: la dictadura militar. La figura de Pinochet con su transpiración pegajosa, del aliento de los miles de chilenos vejados, desaparecidos, torturados. Del sucio de las calles, de la pobreza de la crisis económica provocada por el modelo económico bestial implementado por sus secuaces. Dentro de este iceberg se escondería, la imagen del dictador.

Para la muestra se decidió llevar como principal atracción del pabellón un iceberg antártico de 60 toneladas, proveniente de Bahía Paraíso. (Imagen de LBM1948, Wikimedia Commons)

Un primer empeño, postula Moulian, sería la necesidad de borrar la memoria colectiva, como cuando se experimenta un evento traumático. Una acción deliberada y pensada desde el Estado, que comenzaría con un lavado de imagen de Pinochet desde dos premisas: Chile Modelo y Pinochet necesario. Chile modelo de transición y Pinochet como la consecuencia inevitable de una tragedia nacional. “Era necesario.” Esto dejaría tácita la idea de que las consecuencias de su traición serían aceptables e inevitables. Sin embargo, esta situación de silencio dirigido no cura las heridas provocadas por el pasado. Más bien seguirán latentes.

La idea del consenso corona al olvido. Evoca una falsa armonía. La visión de la economía neoliberal pinochetista como la economía de Pinochet. Una jugada que nos diluye en ellos. Relega a la política como “la historia de pequeñas variaciones”.

Sin embargo el miedo, como consecuencia del tormento vivido, auspicia falsos acuerdos, que no son más que la respuesta de aquello que parece el único medio para sobrevivir a una sociedad aplastada. No hay verdadera negociación, no hay posibilidad de manifestarse. Hay miedo y este hace ceder. Además de ello, toda divergencia es mostrada como enemiga de la transición. Todo pensamiento contrario es indicador de retroceso.

Como he observado, la predominancia del modelo económico es condicionante al actuar de los gobiernos. Y el gobierno de “transición” no estuvo ajeno. La mantención del modelo implementado por Büchi demandaba seducir a los empresarios, a la derecha y si conseguían a Pinochet, tanto mejor. Es una traición a sus propias ideologías. Contribuyen a la construcción de un nuevo protagonista: La Empresa. Los trabajadores son relegados a una “L” en los análisis (en economía se simplifica el modelo de producción asumiendo que existen sólo dos variables: capital y mano de obra. Esta última, de su forma inglesa “Labor” sólo se resume a “L”). Pierden importancia, pierden fuerza e interés en su opinión.

En los comentarios de pensadores de la época como Tironi, se plantea la panacea del libre mercado y Foxley anticipa la necesidad de construir una comunidad ante el inminente daño que provocaría la articulación del modelo global en la economía. Como lo define Brüner, el sometimiento viene del neocapitalismo.

La democracia empieza a ser vista como una necesidad de freno al caos provocado por un estado populista. Se adopta la mecánica del mercado, en la que se observa un ajuste “automático”. Esto supone un Chile actual modernizado. La democracia en Chile actual se basa en “garantizar la reproducción de un orden social basado en la propiedad y ganancia privada, la limitación de la acción colectiva de los asalariados y la tutela militar en la política.”

La política pierde todo espacio ideológico lo cual aporta a su desafección por parte de las personas. Ya no son un canal promotor de creencias de la sociedad. Son un grupo en que predominan los intereses personales y las planificaciones de poder, según vayan cumpliendo las aspiraciones de sus miembros. Sufre la pérdida de relevancia.

Por parte de los electores, esto provoca la pérdida de las esperanzas, anhelos y expectativas sobre lo que podrían obtener por el ejercicio de la política de igual forma que en tiempos de Pinochet. No hay un cambio significativo. Se encarama con facilidad el concepto de la corrupción, de que todo está arreglado entre amigos.

Esos acuerdos entre amigos sufren un deterioro progresivo. Apenas vuelta la democracia, la negociación con partícipes de la dictadura de Pinochet, de quienes fueron parte y colaboradores en crímenes sistemáticos, el saqueo al Estado se hacía con todo cuidado, inclusive con vergüenza. Sin embargo, a través de los años esta práctica pierde toda complejidad moral. Ya es natural. Por otro lado, para la derecha la idea de corrupción tiene que ver con actos en contra del Estado, por tanto de la política, no en lo humano.

En el gobierno de Aylwin se crea la Comisión Verdad y Reconciliación. Viene a ser un rito generador de una gran verdad. Sin embargo, tiene el mérito de dar dignidad a los que murieron por sus convicciones. Sobre quienes estuvo por años la sospecha de la criminalidad. Uno más de los flagelos de la dictadura sobre miles de chilenos inocentes. La carencia más profunda es que esta Comisión no termina en procesos judiciales ni de criminalización de los verdaderos transgresores: viene a eludir responsabilidades, se borra la realidad de los vejámenes de cientos de sobrevivientes en actos despiadados en centros de tortura. Da el espacio a la impunidad. El eufemismo como respuesta. Se invierte la pirámide autoritaria tan característica de las fuerzas armadas al poner sobre los hombros de quienes no tenían ninguna responsabilidad ni posibilidad de decisión sobre lo sucedido. Los chivos expiatorios. El primer juicio ocurre apenas en el gobierno de Frei.

Manuel Contreras y Pinochet en una imagen representativa del espíritu de una época.

Surge la figura de Manuel Contreras, quien al ser juzgado con una completa desproporción a los crímenes imputados, genera una figura de impunidad luego de que finalmente no es procesado por su verdadera responsabilidad: la gestión intelectual de una máquina de exterminio humano como lo fue la DINA. Otra forma de impunidad es la de los cómplices, que nunca fueron juzgados.

Luego, el sistema de partidos políticos sufre una mutación significativa. Post 1973 ya no hay polarización. Se divide la derecha e izquierda incluyendo un grupo desapegado de ideas marxistas y de la revolución, pero de creencias de izquierda. Son los que principalmente logran éxito en las elecciones. El modelo político aspira a la modernización. Haciendo un símil a la política de los años 40. Esta modernización daña a la política: el desencanto, lo homogéneo.

Museo de la Memoria.

Las opciones apelan a la ruptura del iceberg. A la reflexión, a “la melancolía”. Faltan espacios de reflexión sobre el sometimiento de las masas a los grupos de élite. Al engaño. A la impunidad. A la falta de representatividad y los grupos de acción coordinados y consagrados por los acuerdos que privilegian aspiraciones personales. El verse a sí mismos, vivir el dolor de la masacre, del daño sistemático. Complejo, porque después de tantos años, parece que la realidad es tan lejana que se convierte en un espejismo. El frío congela, mantiene en statu quo. Pueden pasar siglos sin que se derrita el hielo milenario.