Era poco más de medianoche, cuando el balneario Río Claro, un famoso lugar turístico de Talca, ya descansaba de los visitantes que a diario caminan por el largo pasadizo que estaba rodeado a los costados por prados y arbustos verdosos, siendo también observado por el largo y el extenso río que esta noche no tenía nada de claro. Si no fuese por el reflejo de algunos postes luminarios sobre el agua, el río se mezclaría con la oscuridad del cielo de esa medianoche. Algunos de estos postes también alumbraban este largo pasadizo, rodeado de verde por los lados. Al final del camino se encontraba el último poste que no alcanzaba a alumbrar una camioneta Ford del año, que a pesar de la oscuridad y de estar protegida por un frondoso árbol, relucía su encendido color blanco. Dentro de la camioneta, en los modernos parlantes de la radio, sonaba Until you speak de Ken Bauer y J-Rob MD, pero no se oían con claridad los murmullos que venían desde el vehículo:
– Déjame a mí, perro, si es pa’ los tres.
Hernán entregó a Raimundo el resto de cocaína que él y Joaquín ya habían esnifado vorazmente, quien luego de introducir un poco en los orificios de su nariz de un solo respiro, la escondió con rapidez cuando los tres primos escucharon muy de cerca la música de un organillo y una voz ronca.
– ¿Qué andan haciendo aquí, cabros? Esta noche está muy oscura, váyanse pa’ la casa luego o se les va a aparecer el Loco del Río Claro.
Al escuchar esto, los tres primos se rieron a carcajadas de los dichos del hombre.
– Váyase usted pa’ la casa, tatita, que anda hablando tonteras – dijo Joaquín.
– No son na’ tonteras, mijo. En noches como estas se aparece pallá pal puente – afirmó el organillero apuntando un puente que conecta hacia el Cerro de la Virgen – Muchos autos lo han visto, ¡es como si buscara algo!
– Oye, vejete, sigue tu camino mejor, no se te vaya aparecer a ti y te lleve a lo oscurito – replicó Hernán con tono sarcástico, soltando una sonora y desagradable risotada.
– Yo conocí al Loco del Río Claro, no es pa’ la risa cabro. Yo lo conocí aquí, lo conocí como era antes, un cabro como ustedes – expresó el organillero persignándose aceleradamente y luego apagando su organillo.
– ¿Y cómo lo conoció? – preguntó Raimundo.
– ¡Oye, nos tenemos que ir, hueón! – exclamó Hernán, molesto.
– Tranqui perrito, necesitamos hacer hora todavía pa’ ir a tu casa…a ver Tata Colores, cuéntenos de ese tal Loco del Río Claro. ¿Quién es? ¿Dónde lo conoció? ¿Aquí? Onda Igual sería entrete escuchar una leyenda urbana que cuenta la gente más popular – comentó Joaquín.
– Sí, por aquí mismito, pa’ llá cerca de mi casa lo vi la primera vez, me dijo que se enamoró de una mujer de aquí. Ella lo volvió loco, así era con todos los hombres la pobre mujer…
Y así empieza la historia.
Fue una noche como ésta donde todo comenzó. Había un tipo que se llamaba Bastián, un conocido lacho y tiro al aire, quién se estaba fumando un cigarro sentado en el peldaño de una de las escaleras a la orilla del río. Sus amigos se habían ido, pero él se quedó un rato para fumarse el cigarro. Escuchaba en su celular Return to innocence de Enigma, pero la música se apagó, lo cual lamentó mucho porque no podría avisar a su mujer que iba a ir luego. Dicen que ella lo estaba esperando para el cumpleaños de su hijo.
Hacía frío y ya había caído la noche. El frío del lugar llegó con un fuerte aroma que invadió repentinamente su nariz, un aroma agradable e intenso que se hacía cada vez más atrayente para él. Quería saber de dónde provenía, así que se puso de pie y caminó con lentitud hacia su izquierda. Los árboles de la orilla y del otro lado del río se tornaron oscuros, al igual que el agua que reflejaba la Luna como lo único luminoso de esa noche. Bastián se detuvo de manera precipitada al observar a una mujer vestida con un abrigo negro, la cual lucía nerviosa y desorientada por la oscuridad de la noche. Es ahí cuando él se acerca a la mujer misteriosa y logra calmarla. Ambos tuvieron una química inmediata y la conversación se volcó cada vez más amena, como si se conocieran de toda una vida. Parecía que el tiempo se hubiese detenido como un regalo para que Bastián estuviese con ella. De repente, él tuvo la idea de que ambos se diesen un placentero baño en el río, a pesar de que recién la había conocido. La noche estaba muy hermosa para tener esa experiencia, pero la mujer lucía dubitativa ante la propuesta. Aun así, Bastián se desvistió con rapidez y corrió hacia el río tomando impulso para nadar de forma acelerada. La mujer lo observaba con desconcierto y le advirtió que podría ser peligroso, pero él se encontraba feliz como no lo estaba hace mucho tiempo. Ni siquiera el gélido frío del ambiente lo intimidaba. El cielo se percibía más oscuro que otras noches y la Luna más brillante que lo usual.
A la mañana siguiente, el Río Claro volvió a recibir visitantes que disfrutaban el invernal y soleado día: paseaban, degustaban mote con huesillos y recorrían los alrededores en las coloridas lanchas. El relajo se interrumpió por un grito espantoso de una señora y su hijo de ocho años que vieron el cadáver de Bastián, desnudo y boca arriba. Sus ojos miraban sin vida al cielo, sus labios lucían quebrajados y de un color blancuzco, al igual que su pálido cuerpo encontrado en la orilla. Esta dantesca escena conmocionó a la ciudad, pero la policía no fue capaz de hallar ninguna pista que determinase la causa de su muerte.
Un mes después de aquel hecho, en el río se podía contemplar una Luna más brillante que de costumbre, brindándole a esa noche una atmósfera apacible, la cual se vio alterada por los fuertes gritos de una mujer forzada por su ebrio novio a tener relaciones sexuales en el lugar. Rodrigo tenía como costumbre ser violento con su novia, aún más si ella se negaba a sus peticiones carnales. En un descuido, la mujer logró sacárselo de encima y con una piedra le golpeó la nuca. Ella arrancó despavorida y Rodrigo no fue capaz de detenerla por el fuerte golpe de la piedra que lo dejó aturdido. De repente, en ese aturdimiento él sintió un aroma muy atrayente, tan atrayente que lo hizo avanzar por inercia. En ese caminar descubrió a una mujer muy bella que lo observaba bajo un frondoso y pequeño árbol rodeado por también frondosos arbustos.
– ¿Estás bien? Te ves mareado – señaló la mujer, preocupada.
Rodrigo asintió, mientras se tocaba la nuca con su mano derecha y palpaba sus dedos con sangre en el lugar. Pensaba que el golpe de su novia le hacía ver algo increíble: una mujer de una belleza inigualable. Ella vestía un largo y negro abrigo que de igual forma resaltaba su esbelta silueta. La brisa movía con sutileza su cabello negro azabache que le llegaba hasta la cintura. Rodrigo creyó encontrarse por accidente con el hada de ese río y pensó que podría descargar sus impulsos sexuales sobre ella.
– ¿Cómo te llamas? – quiso saber Rodrigo, nervioso.
– Verónica – contestó la mujer con voz suave.
Luego de esto, ambos desconocidos entablaron una amena e íntima conversación mientras observaban la inmensidad y oscuridad del río. Rodrigo se sentía extasiado por la presencia de la enigmática mujer, la observaba hipnotizado. En su mente decidió que la iba a poseer en ese mismo instante, pero no era capaz de quitarle la mirada.
– ¿Cómo estará el agua a esta hora? – preguntó Verónica, curiosa.
– No sé, ¿por qué no lo comprobamos? – expresó Rodrigo, acelerado.
– ¿No será peligroso? – cuestionó Verónica.
Rodrigo se puso de pie con rapidez y se desvistió por completo. Verónica le rogó que no lo hiciese, pero él hizo caso omiso a esas aprensiones. Raudamente corrió hacia el agua y de un piquero se consumió, nadando ansioso. Mientras sentía el gélido frío, observó al otro lado los interminables árboles que lucían más oscuros que otras noches. Pensó en llamar a Verónica para que se uniera, sentía una inexplicable felicidad y no pensaba en otra cosa que poseerla. Sin embargo, al darse vuelta no vio a nadie. El río estaba a oscuras. Él la llamó con prisa, pero nadie respondió, ni siquiera el viento. De repente, Rodrigo volvió a sentir con más intensidad ese mismo aroma atractivo de poco rato atrás y cerró los ojos de placer. El viento estaba ausente y sólo había silencio, un silencio sepulcral que acompañado de su respiración y ese aroma atractivo lo transportaron al cielo, pero inmediatamente pensó que el paraíso era la realidad de ese momento y de ese lugar.
– Te dije que no vinieras al agua.
Rodrigo abrió sus ojos y de manera drástica se dio cuenta que el paraíso era una ilusión y lo único real desde ese momento fue el infierno que comenzó a experimentar, todo se volvió horror y la Luna más brillante que nunca fue la única testigo de aquello.
A la mañana siguiente, el río volvió a albergar asiduos visitantes que disfrutaban de todas las bondades del lugar, todos se divertían plácidamente. Entre el gentío, se divisaba a un joven sentado en el peldaño de una escalera que contemplaba con gran interés la tranquilidad e inmensidad del agua, rodeada por inmensos y frondosos árboles desde el otro lado. Se sentía maravillado por la estética y atmósfera del lugar, tomaba notas de todas estas impresiones en una pequeña libreta que siempre cargaba consigo, escribía cada percepción del lugar con ímpetu. Iker hacía esto siempre que veía lugares impresionantes, mochileaba por la región hace semanas. Viajar era para él una forma de encontrarse a sí mismo y encontrar también su destino. Su mayor sueño se convirtió en desesperanza cuando no fue seleccionado para la carrera de Medicina por segunda vez consecutiva. Su puntaje de la PSU no fue suficiente en ambos casos para entrar a estudiar la carrera, a pesar de sus constantes esfuerzos y tenacidad por los estudios. Cada vez que recordaba esto, se sentía frustrado por este sueño truncado y este viaje era su manera de descubrir qué iba a ser de su vida, esperaba encontrar un nuevo motor para su existencia.
Sumido en estos pensamientos, Iker escuchó un lejano pero desconsolado grito desde una de las lanchas que recorrían las aguas del río. Desde la orilla, los visitantes se inquietaron al observar que esta lancha topaba a un bulto flotante. Iker se inquietó aún más cuando se percató que ese bulto correspondía a un cadáver de sexo masculino, que nadaba desnudo con los ojos anormalmente abiertos que miraban sin vida al cielo. Este nuevo hallazgo volvió a conmocionar a la ciudad. El cadáver presentaba las mismas características que el de Bastián. No se encontraron pistas, se interrogaron a posibles sospechosos, pero no hubo resultados concretos, nadie fue capaz de comprender la aparición de hombres muertos flotando en el río y esto provocó una considerable baja en la afluencia de visitantes.
El hallazgo de este cuerpo provocó una extraña curiosidad en Iker, aún más al saber que este era el segundo cadáver encontrado en el lugar. Entendió que ese río tan majestuoso escondía un secreto y estaba dispuesto a descubrirlo. En este viaje Iker siempre se involucraba con los lugares con una inmensa profundidad y tenía un obsesivo hábito de querer encontrar respuestas, de desentrañar misterios. Era el tipo de persona que cuando niño desarmaba los juguetes a pila para ver cómo estaban fabricados. La medicina había sido su oportunidad para entender el funcionamiento del cuerpo humano, pero en ese momento entendió con más claridad que la medicina definitivamente no era su camino. Esta intensa curiosidad hizo que Iker modificara sus planes de estadía, decidiendo permanecer en la ciudad por más días. Quería saber lo que ocurría en ese río. Comenzó a visitar el lugar todos los días, caminaba en las orillas por horas en busca de respuestas, hablaba con los vendedores y lancheros, pero no encontraba respuestas.
Una noche, Iker decidió visitar el lugar. No era capaz de dormir, pensaba sin parar en qué enigmático secreto podía esconder ese río. Estaba sentado en el mismo peldaño, pero ya no escribía nada, sólo observaba fijamente el agua, la que lucía más oscura de lo que la había visto. Los árboles tenían el mismo tono, lo que le otorgaba al lugar un ambiente lúgubre, pero Iker no sentía temor alguno. Había algo en su mente que le decía que debía estar ahí, sentía que estaba en el lugar y momento correcto. Lentamente cerró los ojos y un aroma agradable impregnó su olfato intensamente. Al escuchar la voz de una mujer abrió los ojos de manera súbita.
– ¿Quién eres? – cuestionó Verónica, con voz curiosa y suave.
Al verla Iker quedó eclipsado con su mirada. En su vida había visto a una mujer tan hermosa. Verónica llevaba el mismo abrigo negro y su pelo negro azabache le resaltaba aún más su pálido y armónico rostro.
– ¿Qué haces sola a esta hora? Es peligroso. ¿No has escuchado que ha muerto gente en este lugar?
– Lo mismo debería preguntarte. ¿Qué haces aquí si este lugar es peligroso como dices? – planteó Verónica.
– Buscando respuestas – señaló Iker, con voz atolondrada. Sentía una sensación extraña que recorría su cuerpo.
Verónica esbozó una tímida sonrisa y le hizo un gesto de caminar junto a ella. Iker lo hizo sin pensar y luego se sentaron bajo un árbol. Él no entendía lo que estaba ocurriendo, tampoco comprendía lo que estaba haciendo con ella, de la misma manera no era capaz de descifrar la sensación que estaba sintiendo. El concepto del amor a primera vista le parecía ridículo, no creía en esas idioteces, se burlaba de las películas románticas y de las historias de amor cursis. Sin embargo, sin querer, Iker en ese momento se sintió como uno de esos patéticos protagonistas de aquellas películas. Su personalidad racional, su afición por entender el por qué de las cosas lo mantenía siempre alejado de esas cursilerías, sus relaciones siempre fueron esporádicas de las que él se distanciaba por no sentir nunca algo genuino. Prefería vivir nuevas experiencias y alimentar su mente con curiosidades. Aun así, en ese momento no fue capaz de reconocerse a sí mismo, el corazón le latía fuerte y no era capaz de quitarle la mirada a semejante ninfa a quien él tenía la suerte de tener cerca. El aroma acentuaba aún más estas sensaciones.
– ¿Cómo estará el agua a esta hora? – preguntó Verónica.
– Puedo ir a ver cómo está ahora mismo – contestó Iker sin pensar.
Sin esperar respuesta, él se desvistió y corrió hacia el agua. Nadaba apresuradamente y esperaba que Verónica lo acompañase al agua. Hacía tiempo que no deseaba tanto a una mujer, entendía que esto no era casualidad y comprendía que había una fuerza superior que lo empujaba a actuar fuera de sí mismo, pero lo disfrutaba con plenitud como nunca antes lo había hecho. Se dio cuenta que ella no se veía por ninguna parte, gritó su nombre con desesperación, pero nadie respondió. De repente, Iker percibió el aroma más intenso que antes, al tiempo que se percató de que algo le salía de sus ojos. Al palpar sus pómulos, observó que era sangre. Levantó la vista con rapidez y con espanto vio muy cerca suyo la figura de un espectro horripilante que lo miraba con odio. Iker gritó de horror al observar que ese espectro era la mujer, quien de manera extraña le había robado el corazón. Pudo distinguir que los gusanos le carcomían los labios y parte del rostro, también distinguió que presentaba múltiples heridas corto punzantes por su pálido y desnudo cuerpo. Además, los gusanos se encontraban en varias zonas del cuerpo como sanguijuelas en busca de sangre fresca. De formar súbita, Iker sintió fuertes remolinos bajo el agua que intentaban sumergirlo lentamente.
– ¿Por qué haces esto? – exigió saber al mismo tiempo que luchaba con los remolinos acuáticos moviendo sus pies con fuerza.
Verónica no contestó y esbozó una sonrisa maliciosa, pero él insistió en la misma pregunta. Sentía pánico, pero no lo demostró, el viaje con sus nuevas experiencias lo convirtieron en un hombre valiente. Sabía por cierto que moriría, pero no lo haría sin antes descubrir la verdad. Iker siguió gritando la misma pregunta varias veces, se afirmó del brazo de Verónica, pero no fue capaz de tocarla. Sentía mucho frío y el agua le estaba llegando a la altura de los labios. Tragaba mucha agua, los remolinos se hacían más insoportables y perdió sus fuerzas. Mientras la sangre no paraba de salir de sus ojos, se percató que no podía hacer más y se resignó a su fatal destino.
– Tú eres distinto a los demás – afirmó Verónica con una mirada extraña.
Los remolinos bajo el agua se detuvieron e Iker se incorporó muy agitado. Tosió con mucha fuerza, botando el agua que había tragado.
– ¿Eres tú?…¡me estoy volviendo loco! ¡malditas pesadillas! – atinó a decir Iker con voz agitada y tosiendo con insoportables ahogos, el frío le calaba los huesos.
– Esto es más real que las aguas de este río…¡aquí fui obligada a estar! – espetó Verónica, intimidante. Su timbre de voz se oía muy sonoro y con notorios ecos.
– No entiendo… ¿Por qué estás aquí? ¿Qué me está pasando? ¡Esto es insano! ¡Irracional!…¡Me estoy volviendo loco! – exclamó Iker tocando su cabeza con ambas manos y mirando hacia arriba. Él esperaba despertar de ese terrible sueño, pero no fue capaz.
– No estás loco Iker, aquí estoy a la fuerza como te dije, las aguas de este río fueron testigos de mi horrible destino.
Verónica relató que siete meses atrás, una noche como esta, fue traída a la fuerza por tres hombres en un jeep negro. La llevaron a las orillas del río y bajo un árbol la violaron. Ella gritó por auxilio, pero nadie la escuchó. Esto enfureció a sus atacantes y uno de ellos la apuñaló en quince ocasiones. La enterraron bajo el árbol quitándole la ropa que luego se llevaron junto con sus pertenencias para simular un asalto. Varios testigos aseguraron ver desde lejos a tres hombres bajar del jeep negro con ella, pero nada de eso fue comprobado. Verónica le dijo a Iker que esos hombres eran hijos de una influyente familia de empresarios de la ciudad, pero nunca fueron interrogados. Los pocos testigos no estaban seguros de quienes eran por lo oscuro de esa noche. Además, nadie se atrevía a acusarlos sin pruebas concretas, considerando el peso que esa familia tenía en la ciudad.
– Estoy atrapada en este río, haciendo pagar a cualquier hombre que transite por este lugar. Nadie con buenas intenciones podría andar haciendo algo bueno a estas horas, para que nadie más termine como yo… es lo único que puedo hacer… no puedo salir de aquí… ¡ni siquiera mi mamá sabe que estoy aquí! – afirmó Verónica, con furia.
Iker todavía sentía que estaba en una pesadilla, pero el frío calando los huesos le hacían ver lo contrario.
– Percibo algo distinto en ti, no sé lo que es… avisa que mi cuerpo está enterrado aquí, también avísale a mi mamá.
Luego de decir esto, Verónica se aproximó más a Iker, le tocó su rostro. Aunque él no sentía esos dedos, imaginó el tacto cerrando sus ojos.
– ¡Encuentra a los desgraciados que me hicieron esto y hazles pagar!
Al abrir los ojos sintió una fría brisa que lo hizo estornudar. Se convenció de que estaba lejos de ser una pesadilla de la que pudiese despertar. Corrió como pudo hacia la orilla del río. Totalmente entumecido, se refregó las manos y se las secó con su chaqueta. Se vistió lo más rápido que pudo y observó el árbol que Verónica le había indicado. Caminó con lentitud y todavía incrédulo comenzó a excavar con todas sus fuerzas.
El excavado se hacía interminable entre la cantidad de tierra, hojas y ramas que sus manos tocaban y arrojaban a un lado. Cuando estaba a punto de rendirse, su mano izquierda sintió que tocaba pequeños elementos blandos. Acercó esa mano a su rostro y se asqueó al ver que eran gusanos, sacudiéndose de ellos de inmediato. Luego, observó con atención que la tierra ya estaba lo suficientemente descubierta para presentarle una horrorosa imagen, con la cual dio un fuerte grito de espanto. El cadáver de Verónica lucía tal cual la había visto hace instantes en el agua, los ojos eran lo único que los gusanos no se estaban devorando. Iker vomitó al observar en detalle la enorme cantidad de ellos moviéndose con rapidez sobre cada miembro de ese cuerpo. El aroma misterioso se transformó en un insoportable hedor de ese cadáver descompuesto. Al recuperarse se puso de pie y corrió despavorido.
El organillero que habitaba una de las casas cercanas al balneario, se encontraba en la entrada de su casa arreglando su organillo defectuoso, cuando de repente divisó a un hombre empapado de agua corriendo desesperado hacia él.
– ¡Por favor, ayúdeme! – suplicó Iker.
– ¿Qué le pasó, oiga, que viene tan mojao y espirituao? Parece que vio la pela’ – comentó el organillero.
Al escuchar esto, Iker dudó en decirle al hombre lo que le acababa de ocurrir, pero no aguantaba más y le relató todo lo sucedido en detalle. Al escuchar la historia, el organillero tenía la expresión turbada y se persignó con su mano derecha de manera acelerada.
– Tenemos que hablar con la policía para que vengan a ver el cuerpo, ¡ayúdeme, señor!
El organillero e Iker se dirigieron a la comisaría ubicada en la Alameda para relatar el hallazgo. Luego, Carabineros, la Policía de Investigaciones y trabajadores del Instituto Médico Legal llegaron al lugar donde el cadáver estaba enterrado para hacer las pericias correspondientes. Iker encontró la forma de contactarse con la madre de Verónica para avisarle del macabro descubrimiento y se dirigió a su casa. En cuanto se enteró, la madre cayó al suelo, devastada. En el lugar había un retrato de Verónica cuyo rostro él reconoció como el mismo que cuando la vio por primera vez. Al observar el retrato, Iker volvió a sentir esas mismas sensaciones.
Él fue sometido a constantes interrogatorios por el hallazgo del cuerpo, continuaron con la búsqueda de culpables, pero sin éxito. El caso siguió siendo un misterio sin resolver, a pesar del descubrimiento. En el funeral de Verónica, Iker recordó lo que ella le pidió, encontrar a los culpables y hacerles pagar por lo que le hicieron, pero él no sabía cómo hacerlo, no conocía a nadie en la ciudad y eso lo hizo sentirse muy culpable.
Existía un itinerario de viaje rigurosamente planificado que Iker había diseñado con anticipación: por esas fechas debería haber estado en el sur, pero seguía aferrado al río. Soñaba con ese intenso y atrayente aroma que sintió al conocer a Verónica. Visitaba el lugar todos los días y hubo noches en vela en las que contemplaba el río con una fallida esperanza de volver a verla. Recorría cada centímetro del lugar con sigilo y tenacidad. Al observar este comportamiento, los habitantes de las casas aledañas comenzaron a dudar de su estabilidad mental, pero Iker siguió empeñado en su búsqueda.
El aroma se había incrustado no sólo en su olfato, sino también en su mente. Creyó que ese aroma significaba que podría ver a Verónica de nuevo, quería decirle que no era capaz de encontrar a sus asesinos, además quería volver a verla. Ella habitaba sus sueños y su realidad. Pasó un par de meses e Iker lucía más viejo de lo normal y empezó a dormir en ese árbol que le reveló el macabro hallazgo. No era capaz de distinguir la realidad de sus sueños, para él eran igual, veía a Verónica en ambos mundos, no comía, tampoco se aseaba. Con el tiempo, los visitantes lo distinguían como a un indigente demente que se paseaba por el río creyendo ver a una muerta en los alrededores y fue poco a poco siendo conocido como el Loco del Río Claro.
Una noche, Iker vio a Verónica llamándolo desde el agua. Corrió con rapidez y nadó hasta que los fuertes remolinos lo arrastraron hacia abajo, falleciendo instantáneamente. Su cuerpo nunca fue encontrado.
Se dice que el Loco del Río Claro aparece en noches como estas en ese puente de arriba mirando a los autos. Dicen que está buscando algo, quizás a los desgraciados que le hicieron eso a la pobre cabra, pa’ vengar su muerte… es increíble que todavía no los encuentren… terrible oiga… váyanse luego pa’ la casa, cabros, esta noche está demasiado oscura y el camino se pone peligroso. No se les vaya aparecer a ustedes también con la cara de endiablao’ que tienen – expresó el organillero soltando una pícara risotada. Luego, siguió su camino al ritmo del organillo. Joaquín, Hernán y Raimundo se miraron con expresiones conmocionadas. Sus rostros estaban pálidos como si sus almas hubiesen sido arrebatadas.
– Menos mal el tío te cambió ese jeep negro, perro, si el loco ese sabe que fuimos nosotros cagamos – susurró Raimundo, muy asustado.
– Deja de hablar hueás… como vai a creer en supercherías de viejos ignorantes. Él no tiene idea de lo que hicimos con esa chana y prometimos a nuestra familia que no volveríamos a hablar de este tema nunca más, ¡ahueonao! – exclamó Joaquín, enojado.
– ¿Cómo se te ocurre volver a repetir eso, hueón? – espetó Hernán, furioso y golpeándole fuerte en la nuca a Raimundo con la palma de su mano derecha – Esa hueá nunca pasó, ¿escuchaste?, vámonos Joaco para que lleguí rápido a mi casa a buscar el tabaco. Mi mujer y mi hija ya deben haber salido.
Joaquín encendió el motor y la camioneta salió a gran velocidad espolvoreando la tierra. Llegaron al puente con rapidez y los primos seguían discutiendo con agresividad por lo que le hicieron a Verónica. El puente estaba muy oscuro siendo solamente iluminado por las intensas luces delanteras del vehículo. La noche estaba fría y densa, como el ambiente dentro de esa camioneta del año. Joaquín peleaba a manotazos con Hernán y en eso Raimundo gritó ¡Cuidado!
Los tres primos se encontraron frente a frente con una silueta que los observaba al medio del camino. Las luces del auto aclararon que esa silueta lucía como alguien fuera de este plano. Iker observaba el auto con mirada fija y amenazante. Es en ese instante en el que Joaquín, Hernán y Raimundo se percataron que el absurdo relato del organillero era cierto. Cuando divisaron la mirada de Iker frente a ellos, gritaron con horror y atravesaron la silueta. Joaquín tomó el volante para girar a la derecha y la camioneta atravesó con fuerza las barandas del puente, cayendo a las aguas del Río Claro. Joaquín, Hernán y Raimundo salieron a duras penas del vehículo intentando nadar hasta la orilla, pero las despiadadas corrientes no se los permitieron. Raimundo percibió que sus ojos sangraban y dolían con fuerza, al igual que los ojos de Hernán y Joaquín, cuyos ojos botaban sangre y también les dolían insoportablemente. Sus alaridos fueron silenciados por los remolinos acuáticos que se los tragó con una sorprendente rapidez. Minutos después, los tres primos flotaban por las aguas con esos ojos ensangrentados, observando el oscuro cielo de esa noche. Sus rostros pálidos expresaban que no había ningún ser vivo en ese río.
Desde el puente, Iker los observaba aliviado y satisfecho por cumplir el deseo de su amada: encontrar y hacer pagar a sus asesinos. Finalmente, Iker también comprendió cuál había sido el real propósito de su viaje, el Río Claro le otorgó esa respuesta.
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