Hace algunas semanas, mientras buscaba algo de motivación para volver a la escritura, por casualidad me topé con un programa bastante sui géneris en donde se entrevistaba a un cantante de música urbana chilena. En su alocución el artista con mucha tristeza, pero con mucha potencia en su discurso, rememoraba su dura infancia en centros de protección al menor SENAME.

Me imagino que a esta altura es muy poco probable que un menor tenga buenos recuerdos de su paso por estas maquiavélicas instituciones, que además de llenarse los bolsillos de dinero, han hecho todo a su alcance para dañar a miles de niños y niñas de nuestro país.

En ese contexto “Robertito”, llamado así el líder de la agrupación Arte Elegante, sale con la siguiente frase en contexto de una potente y sincera reflexión: “Educa a un niño, para que no tengas que corregir a un adulto.” Con esta verdadera reflexión, cuántos problemas de adultos podríamos haber evitado si tan solo hubiéramos dado el tiempo justo en la etapa inicial a los miles de niños y niñas que hoy están en situación de vulneración.

Porque la educación del siglo XXI no tiene que ver con la fecha de la independencia, con el valor de la raíz cuadrada de un número entero o con qué nivel de comprensión tiene un estudiante sobre una receta de cocina. La verdadera educación para el siglo XXI guarda su propósito y relación con qué valores desde el punto de vista de la aplicabilidad, tiene el ser humano en la construcción de su proyecto de vida y que éste no dañe o le genere un problema de dignidad al resto. En el intertanto no se tienen por qué restringir nuestros proyectos de vida y menos el de las nuevas generaciones. 

Nuestros temores causados por las crisis sociales, por la política partidista, por la corrupción en aumento y por la guerra desatada entre las potencias económicas no deben, ni pueden ser el aval para seguir causando daño a quienes se merecen algo mucho mejor. ¿O acaso el progreso intelectual no nos da poder para decidir? ¿No tenemos más herramientas ahora que hace siglos? Para qué seguir comportándonos como sujetos de la edad de piedra si tenemos todo a nuestro favor desde la experiencia y los relatos históricos para no volver a cometer los mismos errores que llevaron en alguna etapa de la existencia al desastre de la raza humana. 

¿No es un deber por conciencia o por gratitud a la humanidad el ocuparnos ahora de dejar un mundo auto sustentable, en vez de seguir planificando tener que ir en diez años más a destruir la Luna o el planeta Marte? 

Sinceramente cuando escucho reflexiones así de profundas en personas comunes y corrientes, cuando veo a ese ser humano que defiende a las ballenas, que cuida de las abejas, que genera su propio huerto, que le da de comer al mendigo, que participa activamente en la denuncia y aísla la negatividad, que es capaz de conversar aun cuando recibe el ataque permanente de los grupos de poder, que lucha por la equidad y la justicia; cuando veo todo eso, es que vuelvo a tener fe en esta maravillosa pero compleja humanidad. Eduquemos entonces, pero eduquemos desde la verdad y no la mentira disfrazada de buenas intenciones. 

La educación para el siglo XXI supone desafíos no menores, si se trata de sobrevivir más que de disfrutar de lo que la vida nos entrega, ya que tal como fue antes mencionado, la desigual competencia por mantener el statu quo y que todo siga tal cual es lo que en resumen permea la vulneración de los derechos consagrados hasta en la vetusta Constitución del ochenta.

Para tales fines, el uso de la tecnología para generar más redes de conocimiento no es por sí sola la salvación del planeta, ya que requiere abstracción y profundización a nivel del pensamiento crítico frente a una ondulante y cada vez más cambiante sociedad.

Al empoderamiento de todos aquellos que lideren estos cambios, les decimos con fuerza: “No se dejen anestesiar por la vanidad y por la galante causa de la política tradicional”. Sigan buscando el norte, pero por sus propios medios, dando la lucha que solo la pueden dar aquellos que honran el verbo educar en verdad.